Por Edmundo Font
NOTA INTRODUCTORIA: En momentos de profunda tristeza, ante lo acontecido al glorioso Buque Escuela Cuauhtémoc, nuestro crucero de instrucción de la Armada de México, con la pérdida de valerosos cadetes, y heridos, entre la esforzada tripulación, le dedico esta crónica; y agradezco así, una vez más, a una de sus mas solidarias travesías, verificada en momentos muy delicados, en que se requirió del bello marco de su presencia en un entrañable puerto, Patrimonio Histórico de la Humanidad, en el Caribe Colombiano.
La bomba hecha explotar en uno de los hoteles de lujo de Cartagena de Indias, se había propuesto poner de rodillas al llamado “Corralito de Piedra”, en el año de 1989. Los criminales se enfocaron en golpear a un destino turístico fundamental para la economía del país sudamericano. El atentado tuvo lugar durante una convención médica. Hubo fallecimientos entre los facultativos participantes.
Como embajador en Colombia me propuse contribuir a paliar —con un grano de arena— las vicisitudes por las que atravesaba la bella ciudad caribeña y con mi equipo de trabajo diseñamos una propuesta que manifestara nuestra plena solidaridad, reflejando el estupendo nivel de nuestras relaciones. Eran los tiempos en que fui designado para negociar la conformación del tratado de libre comercio del “Grupo de los Tres”, que integraríamos con Venezuela también.

Nuestra estrategia del apoyo de nuestro gobierno a los difíciles momentos que vivía Cartagena surgió a raíz de la confirmación, pocos días después de la explosión de la bomba, del arribo de nuestro emblemático embajador de los mares, el hermoso velero escuela “Cuauhtémoc”. Las actividades girarían alrededor de su llegada de puertas abiertas, para admirar sus rincones, asistir a una exposición de réplicas precolombinas y ofrecer recepciones. El despliegue contaría con una maciza presencia cultural, a través de arte, conciertos de música popular y mariachis, conferencias, ciclos de cine y un imprescindible festival de nuestra riqueza gastronómica, la que tanto seduce a los paladares en el mundo entero.
Una de las más celebradas iniciativas fue la convocación a un concurso de pintura para niños bogotanos que no conocieran el mar. El premio fue trasladarlos, con sus familias, a conocer las arenas del Caribe. Giramos una convocatoria para que los estudiantes pertenecientes a la red escolar pública se imaginaran el océano, sin haberlo vivido antes. La respuesta fue masiva, así como la repercusión del evento a nivel nacional. A grado tal, que mereció un editorial del periódico “El Tiempo”, escrito por uno de sus más brillantes analistas políticos, Roberto Pombo. En ese texto se mencionaba que mientras otros países ofrecían armas para combatir el narcotráfico, nosotros proponíamos hacer soñar con el mar, aunque fuera brevemente, a una niñez asolada por la atroz violencia e esos días. Pombo remató su columna: “…se vuelve grande la ayuda mexicana. Patrocinar como certamen central de su manifestación de amistad con Colombia un concurso para que millares de niños se sienten enfrente de un pedazo de papel a imaginar el mar, ¡el mar! es sin duda la mejor contribución al sostenimiento de nuestra esperanza… brindar una oportunidad de refresco a los espíritus de los niños en estos momentos de crisis es contribuir a que en el paso a través del túnel no estemos sacrificando lo único que permite ver el futuro con optimismo”.

El jurado del certamen no podía ser más adecuado; propuse que la falla del certamen recayera en artistas de la talla de Alejandro Obregón, Antonio Roda y David Manzur, y aceptaron el reto. Entonces fui testigo de un momento único; una niña y dos niños pisaron por primera vez la arena de las playas. Uno de los dibujos premiados describía la noche tropical, con una garza que se reflejaba en la marea del horizonte. Otro de los diseños veía nacer el torrente oceánico de fuentes provenientes de los propios Andes, como si el mar surgiera de una cascada en el cielo.

Ese desdoblamiento de imaginación de nuestra embajada se echó a andar con un masivo festival mexicano que duraría dos semanas: verbenas y manifestaciones artísticas y populares, realzadas con la presencia de un símbolo heroico fundamental, el buque escuela de la Armada “Cuauhtémoc”, cuya participación clave quedaría inscrita en la memoria de los colombianos, como en los carteles promocionales que se fijó en muros del país: “MÉXICO DECLARA SU AMOR A CARTAGENA”.
