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Por Edmundo Font

«Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas), /azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, /sécalas, / cápalas, / písalas,/ gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, /destrípalas, toro, / buey,/arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras». O. Paz

El epígrafe, un certero poema de Octavio Paz, me auxilia como una «declaración de intenciones” para expresar una promesa de mayor mesura, en busca de decir más con poco, atendiendo, en el ejercicio de la crónica, a la lección de síntesis y de pluralidad que nos legó el gran Nobel de la literatura mexicana.

Contar con palabras —si no cómo decir las cosas pertinentes— en un homenaje a Cronos, el dios griego que nos somete a la guadaña de pedernal con la que cosecha día a día nuestra existencia. Palabras contadas, como de granos de maíz sobre la planilla acartonada de una lotería casera: una pepita germinada, para el gallo; dos pepitas duras de roer de Vade Retro, en la casilla del diablo; tres granos amarillos para Imanjá, mi sirena amorosa; cuatro granos guindas para el alacrán, que no niega su parroquia y nos acecha, y así por delante.

Sumar y restar con palabras, y no solo enumerando. Y hacer de cuenta que se está viendo fijamente a los ojos del lector, cuando deseamos expresarnos mejor y que nos entienda, más que comprendernos. 

El éxito de una columna, de un artículo tendrá que ver con el reflejo que nos devuelve el espejo matinal. Con verse impresentable cada mañana, sin aliño de ninguna clase —ese aceite extra virgen, dos veces vestal, y el bálsamo del alma del vino cuando este pasa a mejor vida agria– que se llama orgullo propio, particular opinión, creencias, prejuicios, ideología, paradojas y contradicciones inevitables. 

Decía, medir el tamaño del exabrupto o del susurro amoroso. Tratar con dignidad, no rabia; acariciar con ternura —y valga la redundancia de la mano suave y la mirada opacado por una lagrima sin causa— para no avasallar, para proponer, para preguntarse en una suerte de tics verbales, como el que expresaba Octavio Paz de tanto en tanto, repitiendo: ¿no es así, no es verdad?

Contar cada letra permitida en el espacio prestado por del Cyber o del papel en tinta tan mermado y sufrido de los últimos años. Contar y a veces cantar. Contar, concentrar impresiones, sentimientos, como quien amasa pan para tostar al fuego critico y untar en la hogaza los tomates luminosos de la poesía cotidiana (aunque lo condimente la sal de los sacrificios y de las injusticias). Sin olvidar el sueño de la realidad y la realidad del sueño, pero tomando en cuenta el aguafuerte 47 de Goya: «el sueño de la razón produce monstruos».

II

Desde Amado Nervo a Salvador Novo; de Carlos Monsiváis a Ricardo Garibay; de Elena Poniatowska a Rosario Castellanos; y de José Alvarado a Jorge Ibargüengoitia, en una nómina abreviada de grandes cronistas, encontramos en el periodismo y en la literatura nuestra, a verdaderos maestros de un género que informa al interpretar instancias sociales y políticas de nuestra poliédrica realidad. De todos ellos, y de españoles como Francisco Umbral, José Luis de Vilallonga y del inmenso y poético escritor que sigue siendo Manuel Vicent, podemos tratar de aprender y asimilar su lección lúcida, la aguda observación, y el manejo de la ironía para traducir los hechos de lo más trascendente a los más banal. En esta época de forzada síntesis, en la que el mundo gira con vertiginosidad informática, solo nos queda echar un anzuelo de amenidad elemental, con la esperanza de pescar un interés inmediato y aunque sea momentáneo del lector. 

En lo personal, mi ejercicio de la crónica pretende traducir una experiencia vivida en contextos extremos y hasta opuestos, en materia de usos y costumbres. Del Caribe a Sudamérica y de allí al Medio Oriente; de Europa al subcontinente Indio, pasando por el Sudeste asiático, he tenido como privilegio observar tradiciones que me llevan a diseñar estampas que van de la música, a las costumbres cotidianas de varios influjos culturales. Del cine, a la Gastronomia; del arte, a la monumentalidad de Tihuanaco, las pirámides en Giza, los templos de Kajuraho, los juncos salvadores de los prodigios de Angkor Wat, la huella budista de Borobudur, pasando por los prodigios de los puertos en Santa Lucía, Río de Janeiro, Isla Negra y Cartagena de Indias.

De la intensa curiosidad que ha sido mi motor interior, atribuyo lo excesivo de mi tratamiento de tanto asunto. Sin embargo, considero una bella condena contar el cuento de tanta gente, de toda formación, humildad o encumbramiento, que le permite a uno gozar de la vitalidad creadora de nuestro mundo de cabeza, luminoso a cada amanecer, pese a las tinieblas de tanto hechicero de catástrofes, como la que padecemos en este preciso momento en se hacen añicos acuerdos internacionales, toda regla de sentido común, de elemental humanismo y de respeto al prójimo. 

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