Por Edmundo Font
WALCOTT PINTANDO UN RETRATO DE FONT
La isla de Santa Lucía —pequeño país con 2 premios Nobel— celebra cada 23 de enero, con destacadas actividades culturales y recepciones oficiales, el cumpleaños de Derek Walcott, autor del prodigioso libro “Omeros”. Ese poema, de largo aliento, traslada la Odisea, considerada el inicio de la literatura europea, al Caribe. El bello influjo multirracial que nos distingue en nuestro continente, y que reflejó Walcott en su obra, le valió también recibir el premio Nobel de Literatura en 1992, justificado por «su poesía de gran luminosidad, que nace de una visión histórica emanada del compromiso multicultural».

Críticos literarios han afirmado que Derek Walcott es el autor más destacado en lengua inglesa, incluyendo a todos los escritores anglosajones de nuestros días. Mi primera aproximación a su obra fue a través de una edición bilingüe, en inglés e italiano, cuando ganó el Nobel. Como tantas cosas en mi vida, no podría haber imaginado que 20 años después tendríamos, Veronique mi esposa, y yo, una privilegiada relación amistosa con Sigrid, su mujer y Derek.
Al llegar como embajador a las islas del Caribe Oriental, con sede en Santa Lucía, me enteré que Walcott desempeñaba el papel de ser un personaje huraño, difícil de contactar. Una tarde en que me enteré donde vivía pasé frente a un conjunto de pequeños bungalós, con una pequeña caleta. Le imaginé allí, rodeado de colaboradores, dictando, corrigiendo. O pintando en su estudio, frente al mar. Nada más lejano de la realidad. Era un hombre simple en su trato con su gente.
El azar provocó que una noche nos deparáramos con la célebre pareja Walcott en la pizzería del club de yates. Nos presentamos. Derek dijo —siéntense 5 minutos, nosotros ya nos íbamos—. Ese primer encuentro se alargó más de una hora. En el auto, traía yo una fotografía que pensaba ampliar y colocarla en la sala que improvisé como centro cultural en la embajada. La imagen era la de 3 escritores latinoamericanos que aún no ganaban el Nobel. Cuando Sigrid la vio, dijo —esa foto es mía, se la tomé a Octavio Paz, Vargas Llosa y Derek, en Nueva York.

PRIMER ENCUENTRO CON LA PAREJA WALCOTT
La pareja nos invitó a comer el domingo siguiente a un puesto de pescadores. Al despedirse, Sigrid me tomó del brazo —por favor embajador, no vaya usted a llegar a la playa con chofer, Derek es muy sensible a ese tema; pensé que ello era reflejo del maltrato y la larga explotación colonial de una isla cuyas guerras entre franceses e ingleses diezmaron a los nativos durante varios siglos. Yo precisé que no requería de ese apoyo los fines de semana.
Después de esa comida memorable, Derek nos llevó a lo que tenía por su rincón preferido. Una playa abierta hacia el océano, en el otro extremo de la isla, con manadas de caballos corriendo entre las olas. A partir de entonces “Cas en Bas” se convirtió en el sitio donde cada mes, en una suerte de ritual, aguardábamos a la luna llena, entre bocadillos, vino, y poemas.
Cuando Derek supo que yo pintaba (él fue un consumado acuarelista, con obra en la Tate Gallery) me preguntó dónde trabajaría. Le dije que ya encontraría una cabañita, en cuanto el tiempo libre lo permitiera. Entonces me ofreció que pintara en su taller, mientras estuviera en la universidad de Essex, dando sus cursos anuales. Respondí que no podía aceptar; que me preocupaba ensuciar su estudio; Walcott, fingiendo enojo, respondió —no es un regalo, es un préstamo; si cuando vuelva de Inglaterra hallo una sola mancha en mi taller “I’ll kick your ass”; así que es que mejor que pintes los paisajes de mi isla, cuidadosamente—. A su regreso, tres meses después, encontró una colección mía de imágenes de la isla, misma que inauguró durante su última visita a México, en una bella galería de arte del barrio de Atizapán. Y generosamente escribió un texto de introducción (edmundofont.com).
Este espacio no permite consignar la buena fortuna de los encuentros significativos que mi vida errante me ha regalado. En Roma y en Colombia tuve en casa a otros dos Nobel, Saramago, y Garcia Márquez (con éste último, traté temas delicados durante mi gestión en Bogotá). Con Octavio Paz y Marie-Jô viví momentos memorables en Río de Janeiro y viajamos juntos en España. Ya el encuentro con Derek Walcott comprendió una dimensión filial, casi una suerte de adopción. Al saber que tendríamos que dejar Santa Lucía, porque me habían trasladado, muy molesto, expresó. —a mi edad, usted comprenderá que ya no hago amigos para perderlos—.
AMOR DESPUÉS DEL AMOR
Por Derek Walcott
Llegará el día
en que jubilosamente
darás tu propia bienvenida,
a tu propia puerta, en tu propio espejo,
y cada quien sonreirá a la bienvenida del otro,
Y dirá: Siéntate. Come.
Tú amarás de nuevo al extraño que has sido tú mismo.
Dale vino. Dale pan. Devuelve tu propio corazón
—a ti mismo—a ese extraño a quien has amado
durante toda tu vida, a quien has ignorado
por otro, a quien conoces de memoria.
Toma las cartas de amor de los estantes,
las fotografías, los papeles desesperados,
desprende tu propia imagen del espejo.
Siéntate. Festina tu vida.
Traducción libre de Edmundo Font
Semblanza del autor: Edmundo Font, embajador mexicano de carrera —R—, es poeta y pintor; políglota, durante casi 50 años sirvió en países de 4 continentes. Fue maestro en universidades de El Salvador, Egipto, y Río de Janeiro. Ha publicado libros de poesía y traducciones. Tiene obra en colecciones de museos en Asia, España y Latinoamérica. Contaremos con su columna «Palabra de Embajador» cada semana aquí en Zona Zero en la sección de OPINIÓN.
Foto de Daian Gan / Pexels