Por Diana Juárez
Joaquina, una mujer de 60 años, se acerca más al ideal del cuerpo hegemónico que su hija de 36. Es más delgada, de talla mediana. Ha dicho sentirse más feliz ahora que antes. Ahora puede verse frente a un espejo; antes no podía porque su cuerpo entraba en la categoría de “gordo”, con tallas de 42 o más. Se sometió a un bypass gástrico, la solución para perder aquellos kilos que la atormentaban.
Al salir de la operación, ya en su habitación, repetía continuamente: “Ya me voy a morir, ya me voy a morir”. Esto sucedió en junio de 2023, pocos días después de su cumpleaños. Quería someterse a la cirugía antes de esa fecha, para poder elegir un vestuario bonito para su celebreación, pero no se pudo, la cirugía tuvo que posponerse porque contrajo COVID-19.
Uno de los procesos de recuperación consistía en vomitar sangre. El doctor le aseguró que era normal, pues le habían intervenido el estómago. Joaquina afirma que la operación fue para mejorar su salud, aunque también reconoce el impacto del bullying que sufrió en su entorno laboral, al que denomina “fifí”, es decir, un espacio donde predominan personas de clase alta, en su mayoría de piel blanca, ojos verdes o azules y complexión delgada. Las razones por las que decidió operarse las enuncia con estas palabras: “rechazo de la sociedad”, “críticas”, “juicios”…
El cuerpo de Joaquina atravesó durante gran parte de su vida una serie de discriminaciones por no encajar en el estándar delgado y curvilíneo de las modelos que aparecen en revistas como TVNotas. Para algunos sectores de la población, la gordura es vista como una condición patológica que debe ser erradicada y que entra en una lógica de estigmatización y crítica social.
Tener un cuerpo gordo implica experiencias de invisibilización, maltrato, inferiorización, ridiculización, patologización, marginación y exclusión, según Magdalena Piñeyro en su libro Stop Gordofobia y las panzas subversas.
Joaquina recuerda que, a los 40 años, la condicionaron para poder ascender de puesto: “Podrías ser la directora del lugar, pero necesitas bajar de peso”, le dijo uno de sus exjefes. Esto se identifica como violencia estética, es decir, la discriminación por no pertenecer a una determinada categoría de cuerpo.
Estas narrativas, que imponen un modelo de ser a partir del cuerpo femenino, han sido propagadas por los medios de comunicación, las empresas y los propios hombres, asegura María de Jesús López Alcaide, doctoranda en Sociología de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Además, sostiene que al repetir prácticas como rasurarnos, maquillarnos lo suficiente o perder peso, provoca que las interioricemos hasta creer que nos ayudarán a posicionarnos en el mundo y aumentar nuestra autoestima. ¿Y tú, a qué te has sometido para cumplir con estándares de belleza?
Aquí tendremos la colaboración de Diana Juárez cada semana, con lo que importa de la narrativa feminista.
Foto de Alexander Grey