Por Ulises Castellanos
El asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, colaboradores cercanos de Clara Brugada —jefa de Gobierno de la Ciudad de México y figura clave de Morena—, representa un golpe directo al corazón político del partido en su principal bastión: la capital del país. Este atentado, ejecutado con precisión y a plena luz del día en una de las avenidas más transitadas, revela no solo la vulnerabilidad de los cuadros políticos de Morena, sino también la creciente osadía y sofisticación de la criminalidad organizada en la Ciudad de México.
La magnitud del ataque y el perfil de las víctimas encendieron todas las alertas. Especialistas en seguridad coinciden en que el crimen lleva la marca del narcotráfico: conocimiento detallado de las rutinas, ejecución quirúrgica y rutas de escape planeadas, elementos que descartan un acto improvisado y apuntan a una operación de alto nivel. La reacción inmediata de las autoridades —con la Secretaría de Seguridad Ciudadana y la Fiscalía capitalina tomando el caso— no ha logrado disipar la incertidumbre ni la sensación de desamparo que se ha instalado entre la clase política y la ciudadanía.
El contexto agrava el hecho. Morena, partido que ha construido su narrativa en torno a la lucha contra la desigualdad y la violencia, enfrenta ahora la paradoja de ser víctima de la misma criminalidad que prometió erradicar. El asesinato de Guzmán y Muñoz no se ajusta a la lógica tradicional de ataques contra figuras policiales o fiscales que interfieren en negocios ilícitos; aquí las víctimas son operadores políticos, militantes formados en la izquierda, comprometidos con la transformación social y la gestión pública.
La conmoción es comparable al atentado sufrido en 2020 por Omar García Harfuch, entonces jefe de policía de la capital, pero con una diferencia crucial: en aquel entonces, el móvil y el mensaje parecían más claros, dirigidos contra la estructura de seguridad. Ahora, el mensaje es difuso y, por ello, más inquietante: ¿es un aviso a todo Morena? ¿Es la política social, la gestión cotidiana, el nuevo blanco de la violencia criminal?
La respuesta oficial ha sido de condena y promesas de esclarecimiento, pero el hecho deja a Morena en una posición incómoda. La narrativa de la Cuarta Transformación, que presume avances en seguridad y combate a la impunidad, queda severamente cuestionada cuando sus propios cuadros más cercanos son asesinados con total impunidad en la capital. El luto y la indignación se mezclan con la autocrítica: ahora, los reclamos de justicia y seguridad recaen sobre quienes gobiernan, no sobre adversarios del pasado.
En suma, el asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz es mucho más que un crimen de alto perfil: es un desafío abierto al poder político de Morena en la Ciudad de México, una advertencia sobre los límites del control institucional frente a la criminalidad organizada y un recordatorio de que la violencia puede golpear incluso en el centro del poder, poniendo en entredicho la promesa de un país más seguro y justo.