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Por Ulises Castellanos

La primera vez que hablé con don Julio Scherer García, yo estaba a la mitad de la carrera en la UNAM y fuimos a su oficina para conversar y platicar sobre periodismo. Fue en la vieja casona de Proceso de siempre, en Fresas 13, en la colonia Del Valle. Era el año 1990. Me temblaban las piernas, su mirada imponía y mi mayor terror era la posibilidad de decir alguna tontería frente a él.

Un año más tarde, invitamos a los directivos de Proceso para ser nuestros padrinos de la generación que se graduaba en 1991 de la UNAM. Nos invitaron a tomar un café para saber más detalles y ahí lo volví a ver junto con Vicente Leñero, Carlos Marín y Froylán López Narváez. Charlamos y aceptaron apadrinar nuestra fiesta de fin de cursos.

Sin embargo, el momento clave de nuestra relación arrancaría derivado de la invitación que me extendió Leñero para incorporarme a la revista en 1993. Volvimos a vernos en su oficina y formalmente me integré al staff del semanario en ese año. Trabajé para él 12 años ininterrumpidos como fotógrafo y más adelante como el editor de fotografía de la revista Proceso hasta mi salida a finales de 2005. Una década después, Scherer moriría a los 88 años en la Ciudad de México. Hoy se cumplen 10 años de aquel día.

Julio Scherer García, nació el 7 de abril de 1926 en el antiguo Distrito Federal, fue un destacado periodista y escritor mexicano, reconocido como uno de los pioneros del periodismo crítico en el país. Desde joven mostró interés por el periodismo, comenzando su carrera en 1944 en el periódico Excélsior, donde inicialmente trabajó como mensajero. Con el tiempo, ascendió a posiciones clave, convirtiéndose en director del diario entre 1968 y 1976.

Durante su dirección, Scherer transformó Excélsior de un medio oficialista a un periódico que denunciaba injusticias sociales y criticaba al poder, lo que le valió tanto reconocimiento como controversia. Su postura crítica atrajo la atención del gobierno de Luis Echeverría, quien orquestó su destitución en 1976 mediante un golpe interno en el periódico. A pesar de este revés, Scherer continuó su labor periodística al fundar la revista Proceso, en ese mismo año, donde trabajó y la dirigió hasta 1996, para pasar a ser el Presidente del Consejo de Administración y que se convirtió en un referente del periodismo investigativo en México.

Fueron 25 años de relación en todas su variantes posibles, primero como estudiante de periodismo (1990), después como parte de la redacción de Proceso (1993-2005), en el ínter como su yerno durante casi nueve años (1999-2006), y finalmente establecimos una respetuosa amistad, que se materializaba en tomarnos un café o whiskey de vez en cuando para actualizarnos de los últimos chismes que se generaban en la calle. Así fue hasta el último de sus días.

La imagen que hoy les comparto, se la tomé a Scherer en su biblioteca del último departamento que habitó en la Ciudad de México. Él odiaba que le tomara fotos, esa la hice sin que se diera cuenta y cuando la publicamos en la revista, a cuento de su Premio de Periodismo de la Fundación que encabezaba García Márquez, me fue como en feria. Me decía que su biblioteca se veía más grande de lo que era y que esta imagen lastimaba a los que no tenían nada. Siempre insatisfecho, siempre preocupado por los demás, era un hombre único.

Aprendí todo lo que pude de él, mientras dirigió Proceso, y en cada oportunidad que hablamos no había desperdicio en ninguna conversación con él; llegó incluso a contarme algunos sueños, era un conversador nato.

Era conmovedor oírlo hablar sobre Susana, su esposa. Siempre mantuvo una foto de ella en el buró de su recámara, fue claramente el amor de su vida, la extrañó siempre. Amaba a sus hijos y sabía expresarlo. Era tremendamente detallista y amoroso.

Como buen padre de familia, se sorprendió de mi noviazgo con su hija María y obvio pasamos algunos días extraños. Al final tuvimos una conversación increíble cuando le hablamos de lo enamorados que estábamos ambos y sus consejos siempre fueron respetuosos y extremadamente cariñosos.

No me alcanzaría este espacio para hablar de mi historia con él, hay infinitas anécdotas de aprendizaje profesional y personal a su lado. Recuerdo un viaje que hicimos juntos a Chile en el 2003 para conmemorar la memoria de Allende a 30 años del golpe militar. En ese viaje charlamos mucho y lo vi reportear de primera mano. Su inteligencia, empatía y astucia eran fuera de este mundo. Su capacidad para encontrar la esencia de los personajes y dar con la médula informativa de las historias que escribió, lo hacen un periodista irrepetible. Creo que nos hicimos buenos amigos en Chile, en las calles de Santiago, en 2003.

Scherer fue el mejor periodista de la segunda mitad del siglo XX y buena parte del arranque en este nuevo siglo. Incansable e incorruptible, nadie se le acerca. Nadie. Falleció en un día cómo hoy a los 88 años de edad. Su carrera la forjó y ejerció durante 70 años, desde que entró a la redacción de Excélsior a los 18 años, para terminar dirigiendo el mejor diario de América Latina de su tiempo.

Entrevistó a todos en su época: Marcos, al Che Guevara, Fidel Castro, Kennedy, Salvador Allende, el infame Augusto Pinochet, Olof Palme, Picasso, Octavio Paz, Mario Aburto y su último gran golpe, “El Mayo” Zambada. Sólo se le escapó Nelson Mandela.

En lo personal, no hay día que no lo extrañe. En sus más de 20 libros está buena parte de su pensamiento. Scherer era un hombre de palabra. Tuvo amigos y enemigos formidables, pero todos los respetaban. A él sí le tocó enfrentar a un régimen autoritario, a él lo protegía su inteligencia y su increíble sensibilidad como ser humano. 

Cuando estábamos en Proceso, don Julio se sabía de memoria el nombre de los hijos del guardia de la entrada y siempre que llegaba le preguntaba por ellos, cada año les dejaba en la recepción un regalo de Día de Reyes a esos chamacos. 

Ni siquiera puedo resumir en esta columna todo lo que aprendí de él, lo generoso que fue conmigo y la manera como cambió mi vida el conocerle. Quizá el legado más especial que tengo de él, es que mi propio hijo Pablo, lleva su sangre.

En los últimos años, yo ya fuera de la revista, nos frecuentábamos con regularidad, algunas veces iba a su casa a tomar un café y charlábamos de política o periodismo, siempre curioso quería que le contará “chismes” de la calle. La segunda palabra que siempre soltaba después del saludo, era ¿Chismes? ¿Novedades? “Cuénteme algo Castellanos”, me decía. “Si no trae chismes no venga”, bromeaba.

Fue un privilegio trabajar a su lado, Don Julio. Lo extrañaremos siempre.

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