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 Por Edmundo Font

Jaime Camino ha sido una de las figuras, en una esfera casi paterna, que más he admirado en mis encuentros por el mundo. En algunas ocasiones pude rendir homenaje a su obra cinematográfica, como en la muestra retrospectiva que organicé en el «Hábitat Center» de Nueva Delhi, en mis tiempos de la India, tiempos en los que además Jaime tuvo mucho que ver.

Me refiero a uno de los directores de cine español más importantes para la preservación de la memoria de la guerra civil española (que a mí me toca por varios costados); Jaime fue un brillante intelectual que escribió guiones y novelas y mantuvo una valiente postura en los momentos peligrosos en que se conculcaban las libertades, bajo el yugo, no por ramplón y pusilánime menos cruel, de la larga noche Franquista. 

Esa misma oscura noche es la que la supina ignorancia de gente joven quiso reivindicar, apenas el pasado fin de semana, manifestándose por las calles de Madrid, haciendo el saludo fascista que prohíja su alcaldesa lamentable. Claro que ninguno de esos jóvenes vivió la censura, la persecución y el férreo control de la dictadura.

                     En la tertulia de Camino con el escritor y actor José Luis de Villalonga

Jaime Camino trató, en el celuloide, episodios fundamentales de un pueblo que sufrió el desastre de una guerra civil que dejó una huella dolorosa. Su denuncia no cayó nunca en el panfleto. Agregó a su mundo cinematográfico testimonial la sensibilidad de la poesía y de la pintura. Sus películas sobre las Meninas de Velázquez y sobre García Lorca, con la colaboración de Ian Gibson, condensan en una mirada reflexiva dos instantes cruciales del arte y la literatura. Y también fue memorable “El largo invierno”, con guion suyo y de Juan Marsé, y con la actuación de monstruos sagrados del cine europeo como Vittorio Gassman, Jean Rochefort y Adolfo Marsillach.

Jaime Camino formó parte de una brillante generación de vocación transgresora a la que de modo desenfadado se le llamó la Gauche Divine. Años después, con la inercia del recuerdo de esa pléyade que transformó Barcelona, desplegó su liderazgo para convocar mensualmente y durante varios años, a una tradicional tertulia (en la que tuve el privilegio de participar) que congregaba figuras destacadas en el mundo de las ideas, el teatro, el diseño, la pintura, como el Premio Nacional de Diseño, Ives Zimerman; Pascual Iranzo, estilista y peluquero del rey emérito (y de Serrat, Tápies, García Márquez); el crítico Román Gubern; los hermanos Rubert de Ventós, abogado uno y filósofo el otro; el empresario Luis López de la Madrid, y eventualmente, José Luis de Villalonga, entre muchas otras influyentes figuras de la cultura en Cataluña.

Jaime Camino, en lo personal, jugó un papel decisivo en la inclinación de la balanza de mi destino vital (no sólo diplomático). A punto de concluir mi misión al frente del Consulado General de México en Barcelona, me preguntó cuál podría ser mi futuro. Yo, que venía de ser embajador en Colombia y con experiencia en Centroamérica y el Brasil, le respondí que gustosamente volvería a Latinoamérica. Después de unos instantes reflexivos pregunto de nuevo si no contemplaría como alternativa proponer el subcontinente Indio. Y contó que en una recepción ofrecida por Indira Gandhi durante un festival de cine en Delhi, había conocido a mujeres brillantes, no solamente versadas en la tradición del Hinduismo, Budismo, Jainismo, o del Islam, sino que además poseían una cultura universal envidiable. ¿No crees que además de representar otro reto profesional formidable, el de servir a tu país en una de las más importantes civilizaciones del mundo, ello enriquecería a tus hijas, a toda la familia ?

  Con Yves Zimerman, Premio Nacional de Diseño y Jaime Camino

El resultado fue que por primera vez pude inclinar la balanza de altas decisiones y gracias al apoyo en la cancillería terminé desempeñándome como embajador en la India, concurrente en Nepal, Sri Lanka y Bangladesh.

Siempre será momento de agradecer y de reconocer a Jaime Camino su aleccionadora amistad y ese afortunado cuestionamiento que cambió nuestra existencia. Aún conservo su último regalo material, un reloj de bolsillo que había pertenecido a su padre…

Edmundo Font, embajador mexicano, es poeta y pintor; durante 50 años sirvió en países de 4 continentes. Aquí su columna «Palabra de Embajador» en Zona Zero.

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