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Por Edmundo Font

Regresé, en viaje meteórico, al presente de mi pasado cartagenero—indiado y bogotano. Sin embargo, a las apariciones macondianas experimentadas no podría denominarles espectros chocarreros, por ser tan queridos, y porque, además, están muy vivos en el tejido urbano, en la arquitectura colonial y en los paisajes marinos y andinos memorables que he preservado en mis recuerdos. A grado tal que, un leve empujón abstracto de esas sombras me ha llegado a provocar una lágrima, que se transforma en disimulo, obligándolo a uno a restregarse los ojos.

El juego serio radica en asumir que algunas huellas indelebles tan solo han sufrido una transformación en sus contornos. Y los edificios donde ocurrieron escenas atesoradas con deleite, ahora se presenta como escenografía, de luces y sombras. Con más opacidad estas últimas. De cualquier modo, la recuperación en retazos de la memoria, se costura con tomar un trago, o comer el mismo plato añorado del recuerdo, más de plata sin pulir, que de oro que destella.

A mis vivencias en la ciudad del célebre manco, tuerto, y cojo, con los motes de “mediohombre” y “patapalo “que fue el héroe Blas de Lezo (quien defendió Cartagena de los filibusteros, impidiendo la invasión de la Pérfida Albión), las corona la fortuna de haber entablado una fraterna amistad con el gran pintor Alejandro Obregón. Así lo escribí en el catálogo de su exposición en el museo de Arte Moderno de México. Participar en ese bello volumen fue un motivo de amarga discusión con el célebre autor de la “Violencia”, una de las obras emblemáticas de la pintura colombiana. 

—Cómo, le dije yo— podría agregar palabras a los textos magistrales que escribieron para tu exposición don Gabriel García Márquez y Alvaro Mutis? 

—si no lo haces, te dejo de hablar— respondió Alejandro. 

Así que manos a la obra, escribí que había valido la pena haber sido enviado a Colombia para encontrar a esa figura entrañable, mítica en sus rasgos de ingenio y de calor humano, que formó parte de la generación que descoyó desde la bohemia de la cantina “La Cueva”, del famoso grupo de Barranquilla, hasta alcanzar un premio Nobel, un “Cervantes” y el honor de exponer murales permanentes de Obregón en el parlamento colombiano y en colecciones fundamentales del arte de america latina. 

Esta mención, solo es una pincelada de la emoción que representó volver a caminar frente a la casa, frente a la muralla y al mar, valga la redundancia, de Obregón, donde comí tantas veces la paella que el regaba con ron “3 Esquinas”; y recordar el homenaje que pude rendirle con una exposición dedicada a él en el Museo de Arte Moderno, en la ciudad donde se filmaron escenas de la “Queimada” de Pontecorvo , con la actuación de Marlon Brando y del propio Alejandro; “Mission” con De Niro, y “El amor en tiempos del cólera” con la bellíssima Mezzogiorno. 

Estos apuntes, por fuerza deberían continuar. Las sorpresas que encerraron mis notables reencuentros de estos días en Colombia, así lo dictaminan…

Edmundo Font, embajador mexicano de carrera, es poeta y pintor; durante 50 años sirvió en países de 4 continentes. Tiene obra en colecciones de museos en Asia, España y Latinoamérica. Contaremos con su columna «Palabra de Embajador» cada semana aquí en Zona Zero en la sección de OPINIÓN.

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