Por Edmundo Font
Una tarde memorable, como despedida a mis felices tiempos salvadoreños, fui invitado a cenar a casa del extraordinario artista y diplomático Toño Salazar, hombre cuya recuerdo podría desencadenar un libro entero; o entonces menciones cariñosas, como las que le dedicó Cortázar en la “Vuelta al día en 80 mundos”. Su trato delicado pertenecía a un estilo de una generación con un mundo de valores intelectuales similares a los de su amigo Alfonso Reyes. Cada encuentro que tuve el privilegio de tener con Toño Salazar fue para mi una vivencia de inédito lujo. Ya no existen seres así, producto de una formación de sensibilidad, ingenio y talento extremo: y en pocas palabras, con un encanto personal “fin de siècle”.
Fue compinche de dos hombres excepcionales; de Picasso conservaba, dedicado, uno de los grabados preparatorios del Guernica. De Neruda, decía con tristeza, que lo había borrado de las memorias del Nobel la animadversión de Matilde, la viuda del poeta chileno, encelada por las complicidades etílicas. “…Toñito, no le digas a nadie que llego a Paris. Manda a buscarme por favor. Descubrí otro “incunable” vino en un bar de Belleville”. Le telegrafiaba Neruda a quien fungía entonces como embajador salvadoreño en Francia. Se trataba de un pacto secreto. Competían por descubrir viejos caldos olvidados en bistrot parisinos.
Don Toño Salazar hizo destacados dibujos de intelectuales y generales de la revolución mexicana a quienes trató. Sostenía que todo artista centroamericano debería formarse, primero, en nuestra escuela de pintura, antes de brincar a Europa. Presentó a su prima Consuelito Sunsín a José Vasconcelos, quien patrocinó su primer viaje a Paris como “acompañante” de su bellísima pariente. Ella fue amada también por Enrique Gomes Carrillo, por Gabriele D’Annunzio, y terminó siendo la viuda de Antoine de Saint-Exupéry.
II
Dejo de andar por las ramas y vuelvo al autor de “La Masmédula”, de quien guardo también su primera edición, de 1956. Durante la cena en casa de Toño Salazar, referí con entusiasmo desmedido el azorado encuentro con el mundo poético de Oliverio Girondo. Mi generoso anfitrión se levantó de la mesa, sin decir palabra, rumbo a la biblioteca, y regresó con una joya. Un ejemplar de la primera edición de “Poemas para ser leídos en un Tranvía”, editado en París en 1922, con dibujos del autor, coloreados a mano por el, numerado y firmado.
Se trataba de un ejemplar muy especial, “Fuera de Comercio”, entre los 850 volúmenes impresos sobre papel Vélin puro hilo Lafuma, publicados en la imprenta de Coulouma, en Argenteuil. Y lo más sobresaliente: estaba dedicado a don Toño por el poeta argentino, con una bella escritura de enorme caligrafía que no desmerece para nada su gran formato.
En resumen, estaba viviendo varios milagros de un mismo autor: la aparición de las agotadas obras completas de Girondo que ya conté, y ahora ya tenía en las manos una rara edición de las obras pioneras de la poesía lúdica del continente, la misma que influenció, como ya lo afirme también, al propio Julio Cortázar. Mi emoción era tanta que don Toño Salazar se apiadó de mi nuevo culto con una frase que sonó a mantra: “te lo regalo…”, me dijo.
Mi ejemplar del historico poemario de Oliverio Girondo sobrevivió a un tifón que “sombreó” algunas de sus páginas. Lo sigo llevando conmigo de país en país, como un amuleto del azar libresco en el que creo, y en tributo a una generosidad sin par.


