Por Ulises Castellanos
Otis rompió todos los modelos previos de tormenta, pasó de categoría #2 a la categoría #5 en cuestión de horas y pegó con vientos huracanados al corazón del puerto, cerca de la media noche. El desastre fue de enorme magnitud. Murió medio centenar de personas. Se documentaron casi $20,000 millones de dólares en pérdidas. Más de 17,000 cuartos de hotel tuvieron afectaciones. El año pasado estuve por allá a días de lo ocurrido y esto fue lo que vi.
A un año de la tragedia causada por el huracán Otis en Acapulco, es inevitable no sentir una profunda tristeza ante la magnitud del desastre. Las consecuencias fueron catastróficas, decenas de pérdidas humanas, desaparecidos y un impacto económico que dejará secuelas por mucho tiempo. Pero también sorprende la resiliencia del puerto; estuve en los primeros días, volé mi drone y regresé hace unas semanas para ser testigo de cómo se recuperaba el puerto y su gente, ya reabrieron la mayoría de los restaurantes, bancos, hoteles y Oxxos que se habían destruido, pero obvio falta mucho por hacer.
Después de horas de silencio y cortes de energía, red celular e internet, por la mañana del miércoles 25 de octubre de 2023, comenzaron a circular los videos de la devastación en Acapulco, cortesía de usuarios de redes o testigos involuntarios de la tragedia.
Y mientras soplaba el viento, el puerto de Acapulco se quedaba a oscuras, la gente se resguardaba dónde podía, básicamente en sus propias casas o en la planta baja de los hoteles.
Los periodistas locales se quedaron sin transporte o dispositivos de transmisión, vamos, incluso se cayó la antena de Radio Fórmula Acapulco, un desastre para los medios locales pues. Ni el Presidente en la Mañanera de ese día, ni los programas de radio matutinos tenían información precisa de lo que había ocurrido; obvio, los colegas nacionales tardamos en llegar, moverse por la costera era casi imposible, todo era escombro, arboles y basura desbordada.
Para cuando los primeros colegas lograron enviar información, el protagonista en televisión y redes era el drone; las tomas sobre la costera y punta Diamante eran espectaculares, -parecía un paisaje apocalíptico sacado del cine- solo con el drone se podía dimensionar el tamaño de la tragedia. Imágenes de hoteles destruidos, tiendas rotas, calles bajo el agua y autos volteados. Todo el drama a vuelo de pájaro.
¿Cómo olvidar hace un año, al Presidente atorado en un Jeep del ejército en la autopista de Sol? Acapulco era inaccesible, era un océano de escombros, basura, árboles, palmeras, cristales, láminas y fauna en descomposición; la gente del puerto entró en shock.
El 90% de su infraestructura hotelera, residencial y de suministros quedó devastada por el viento. No había comida, ni agua, ni luz, ni gas, ni combustible, menos comunicaciones. Por la noche el terror subió de categoría, frente a los saqueos y para evitar robos, la gente de las colonias se turnaba para vigilar las calles y construyeron barricadas, armados con lo que podían. Por las noches se escuchaban balazos en distintos puntos de la ciudad. Era el caos.
Desde el Aeropuerto hasta la Quebrada, la destrucción era desoladora, primero el huracán y luego la furia social acabaron con todo. Otis arrasó en serio, ahí estaban como testigos implacables, miles de cristales, muebles, departamentos, hoteles, restaurantes, tiendas, agencias de autos, supermercados, alumbrado, postes, semáforos, y palmeras que volaron por los aires o aplastaron vehículos y casas. El centro de Acapulco estaba irreconocible.
La Marina privada de Acapulco era y es todavía un cementerio naval. Los barcos de fiesta se hundieron, las lanchas de fondo de cristal flotaban de cabeza entre Caleta y la Isla de la Roqueta, sólo la estatua de Cantinflas se mantenía de pie. Incluso a un kilómetro de la costa vimos un barco de Pemex encallado en las rocas. Los yates de extranjeros y locales terminaron en la arena o en las calles de la zona. Vimos peces muertos a varios metros del mar.
Dos horas de furia huracanada por la madrugada mató al menos a 51 personas y otro tanto se encuentra desaparecida. Si bien, las pérdidas humanas fueron bajas comparadas con el huracán “Paulina” de 1997, cuando ese huracán se cobró la vida de unas 300 personas y dejó a más de 100,000 damnificados; Otis se ensañó con la infraestructura.
Cuando llegamos al puerto no se podía encontrar ni una coca, ya no digamos agua o insumos esenciales, nada. La gente lo saqueó todo en 24 horas, primero por necesidad, luego por rabia y oportunismo. Robaron igual comida que motos o celulares. Refrigeradores o pantallas de televisión. Vamos, hasta los estantes del Oxxo y la ropa de Liverpool se llevaron. Había que ir a Chilpancingo para comprar comida.
Ante la falta de electricidad, a los enfermos crónicos se los llevaron también a la capital del estado para hospitalizarlos, allá se cargaba gasolina o despensas, los moteles de paso se llenaron de gente del puerto y funcionarios de distintas dependencias.
Las noches sin luz, ni agua, ni señal celular son tierra de nadie, la gente de ahí se encerraba los primeros días apenas caía el Sol, atrancaban su puerta y soltaban a los perros. Los reporteros dormían en sus autos.
Hoy, los periodistas no sólo tenemos que contar las cosas como son, sino que también toca decir lo que no fue cierto. Era falso que el ejército decomisaba la ayuda, al contrario, vimos decenas de convoyes militares que estaban en camino, desde los primero días, llevaban comida, agua, gasolina y plantas potabilizadoras. El tercer ejército eran los trabajadores de la CFE, decenas de camiones llevaban en la primer semana miles de postes y transformadores nuevos, trabajaron las 24 horas del día tratando de restablecer la luz, pero los edificios ya no tenían equipos para recibir la energía. La gente de Telcel también trató de recolocar sus torres desde los primeros días y semanas.
Vimos una docena de camiones de basura de la Ciudad de México y sus cuadrillas limpiando la costera, pero obvio no se daban abasto, eran toneladas de escombro y basura, la idea era prevenir enfermedades y evitar un problema adicional que impactara en la salud de la población. Sólo se escuchaba una estación de radio local, el resto del cuadrante estaba en silencio. Se imponían los rumores.
El 100% de las palapas, sillas y mesas de Puerto Marqués se esfumaron, la playa se impuso. Las “bananas” y motos acuáticas terminaron en el techo de la gente. En los departamentos de lujo en Diamante, todavía había rapiña la primer semana, la gente local se llevaba todo, colchones, sillas, carreolas, cajas de seguridad, lavadoras, refrigeradores, ropa, chanclas, todo es todo. Algunos dueños llegaron con escoltas armados para ver qué había quedado de sus departamentos. No quedaba nada. A un año de este huracán, el 99% de esos departamentos de lujo, siguen destruidos o vacíos, todo parece en obra negra, sólo han logrado tapiar las entradas.
En la Quebrada un auto voló por los aires, quedó de cabeza sobre un mirador y en minutos se robaron hasta las llantas. Era el día después de mañana.
¿Quién falló? Todos. Fue increíble la falta de preparación del municipio y el gobierno del Estado, no tienen alertas públicas para huracán, no hay refugios preestablecidos. No hay una cultura de prevención, no hay normas para los hoteleros ni las constructoras, no hay requisitos, casi nadie tiene seguro para desastres, nadie se los pide y al que construye nadie lo vigila, colocaron cristales de 3mm donde deberían ser de una pulgada, privilegiaron lo “estético” frente a la seguridad. Lo de siempre, lo barato sale caro y la corrupción se impone.
En Acapulco hay alrededor de un millón de habitantes y hay que decirlo, la mitad vive en la miseria. Todo debería ser replanteado. La seguridad y el bienestar social.
Sorprendentemente el turismo regresó este último verano, los hoteles rehabilitados volvieron a llenarse pero aún se veían las cicatrices del Huracán. Ahí siguen la mitad de los yates varados esperando la resolución de las aseguradoras. Aún hay una docena de desaparecidos que trabajaban en esa Marina. El Hotel Fiesta Americana de la Condesa, esta inhabilitado y apenas hace un mes recibía los nuevos colchones, quizá abra en diciembre.
El famoso restaurante Barbaroja en la costera que había sido arrasado ya reabrió, pero el “bungee» despareció; las tres ranitas del Señor Frogs que habían sobrevivido heróicamente frente a la Diana como los músicos del Titanic y que se robaron días después, ya reaparecieron en la costera. Ahora hay más cafeterías de Starbucks nuevos que hace un año. Toda la cadena de hamburguesas McDonald´s en el puerto es nueva.
Las autoridades locales tendrían que aprender de la tragedia, urgen nuevas normas de protección civil y protocolos, los túneles del puerto deberían habilitarse como refugios temporales para su gente. Se confiaron todos -la gente y sus autoridades- el Estado tardó poco en reaccionar, y finalmente lo hizo.
La muerte dejó un doloroso vacío en las familias que perdieron a sus seres queridos debido a la fuerza destructiva de este fenómeno natural, sumado al descuido colectivo. La incertidumbre y el sufrimiento que se vivió hace un año, no pueden ser en vano.
Cerca de 377 hoteles quedaron reducidos a escombros, evidenciando la vulnerabilidad de esas construcciones ante eventos climáticos extremos. Los daños estructurales en viviendas tanto en Acapulco como en Coyuca de Benítez aún son visibles.
Acapulco ya era pobre antes del huracán, la mayoría de su gente vive en pobreza o con lo mínimo, el glamour del puerto se queda en la playa, y eso debe replantearse.
Otis, nos enseñó mucho sobre la resiliencia de un pueblo, sobre su esfuerzo y tenacidad; pero también desnudó las vulnerabilidades del capitalismo salvaje. Hay hoteles como Las Torres Gemelas que se inauguraron en 1962 y que no habían renovado ni sus elevadores. ¿Así cómo? Acapulco ya se veía viejo en la Costera Miguel Alemán, ojalá esta sacudida le dé nuevos bríos al bello puerto de Acapulco. Aunque por fortuna su Sol y su mar están intactos.
Nuestras sinceras condolencias a todas las familias que perdieron a seres queridos. Reconocemos el coraje y la resiliencia de la comunidad acapulqueña, que se unió para reconstruir y sanar las heridas. Su espíritu inquebrantable es un ejemplo para toda la nación.