Por Edmundo Font
Escritores y diplomáticos, son una antigua tradición en América Latina y en Europa. Tan solo en México, la pléyade de grandes creadores que nos han representado en el extranjero ha sido numerosa. De Alfonso Reyes a Octavio Paz. De José Gorostiza a Carlos Fuentes. De José Juan Tablada a Fernando del Paso. Y la nómina seguiría adelante algunos renglones más. Ya en Francia, figuras como Saint-John Perse (Nobel de Literatura, nacido en el caribe) se suma a una característica de hombres de letras con vocación internacionalista que han aportado dimensión creadora a su rigurosa disciplina. Por ello, nunca me ha quedado claro el epígrafe de Jacques Vaché que Cortázar escogió para abrir Rayuela: “Nada mata más a un hombre, como estar obligado a representar un país”.
En nuestro continente sobresalen dos históricos diplomáticos, quienes, además, como Octavio Paz, ganaron el premio Nobel de literatura: Gabriela Mistral y Pablo Neruda, excelsas figuras de Chile que trabajaron en México también. Esta mención viene como anillo al dedo para referir el trabajo, en las dos vertientes, de un embajador chileno excepcional, José Goñi (lo fue en Suecia dos veces, en Estados Unidos, en Italia y en México).
Goñi, autor de “Matilde y Pablo, en la patria del racimo”, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica, y del reciente volumen “GABRIELA su difícil camino al Nobel”, es gran amigo mío de larga data, a quien acabo de visitar en su prodigiosa casa: en ese sitio maravilloso del planeta que es Isla Negra, litoral al sur de Valparaíso, donde Pablo Neruda edificó una de sus 3 emblemáticas residencias, y dejó allí la huella de objetos, vajillas, cuadros, ropas, antiguedades y muebles, que iba recogiendo por el mundo, incluyendo “equipales” de vaqueta, michoacanos.

Mi reciente peregrinar a Chile obedeció también a coordinar que a su vez Goñi nos visite en México, donde dejó amigos y querencias significativas, antes de ser nombrado ministro en el gabinete de la entonces presidenta Bachelet. Y sobre todo, para que presente los libros mencionados en un recinto universitario, en una de las librerías del Fondo de Cultura; y en Tampico, invitado por su alcaldesa, rememorando la histórica visita de Gabriela Mistral al puerto jaibo.
Lanzar un libro sobre los amoríos de Neruda con quien fue su última esposa, Matilde Urrutia, tiene un desdoblamiento sugerente. La novela de Goñi parte de un célebre episodio del gran poeta durante su viaje a Italia en 1952 y en la publicación de un hito editorial, la impresión de los “VERSOS DEL CAPITÁN” en las complicadas circunstancias románticas que obligaron a que se editara un número reducido de ejemplares, en condiciones de anonimato.
Desconozco la existencia de otro libro que se haya sometido a una travesía en el desierto de la clandestinidad poética, como ese poemario que vio la luz en una primera edición de 44 ejemplares, bajo la suscripción de notables figuras de intelectuales, artistas y políticos destacados de la vida italiana, como Guttuso, Visconti y Giorgio Napolitano. La atrevida acción literaria la trata de explicar, en el prólogo, la carta de una falsa señora Rosario de la Cerda —el autor del recurso distractor, fue, claro, el propio Neruda—.
Una década después de aparecido el raro ejemplar clandestino, ese “Hijo ilegítimo” fue reconocido por su autor: “¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por nada y por todo, por lo de aquí y lo de mas allá, por alegrías impropias, por sufrimientos ajenos…”. Y con ello revela que la poesía producto de un poderoso amor pasional, fue desencadenada por una relación extra conyugal: el lazo vital, y literario, de la pareja legendaria de Matilde y Pablo.
Y en este intrincado caso de destinos literarios revelados, hay otro apasionado responsable de la reencarnación del célebre libro, 50 años después de la primera cuidadosa edición, Goñi; quien tambien es el autor de un poderoso desenlace, una novela donde combina ficción, historia y memoria, como bien lo apunta la contraportada de su mencionado libro “Matilde y Pablo…”.
Goñi, siendo representante de su país en Italia, como distinguido embajador que conoce la riqueza de los instrumentos culturales que consolidan relaciones diplomáticas, echó mano del episodio que marcó la vida de Neruda y reprodujo el excepcional libro. Vale precisar que no lo hizo a través de una edición facsimilar. Tras una cuidadosa y detectivesca pesquisa, dió con el linotipo original en Nápoles; consiguió el mismo tipo de papel, y volvió realidad, de nuevo, el sueño poético de Pablo Neruda.

Edmundo Font, embajador mexicano de carrera, es poeta y pintor; durante 50 años sirvió en países de 4 continentes. Contaremos con su columna «Palabra de Embajador» cada semana aquí en Zona Zero en la sección de OPINIÓN.