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Por Edmundo Font

I

Periplo es una palabra que me gusta poco, pero que me ayuda a indicar el trote de mis últimas semanas; no viene al caso detallar el motivo de mi largo viaje por el caribe y el sur del continente, y solo diré parte de su trasfondo: plantear la feria de una formidable promoción de libros y de librerías, con el valioso apoyo del Fondo de Cultura Económica. Ello se aparejó con reencontrar amigos y aparecer de nuevo en “FINCA VIGÍA”, la casona de Hemingway en Cuba; seguir algunas huellas de García Márquez, y de mi antiguo amigo ya desaparecido, el novelista y ensayista Óscar Collazos, en Cartagena de Indias.

La llave de “Hijo Adoptivo, de la muy Noble y muy Leal y siempre Heroica ciudad de Cartagena”, me la concedió Manuel Domingo Rojas, primer alcalde elegido en el bastión amurallado; y pude volver a verlo ahora, en una comida memorable que organizó su esposa Piedad, donde festinamos dos de sus libros, en los que resulté implicado: “De aquí y de allá”, y “Un mundo Raro”—. Del primer volumen de sus relatos aparezco en “Magdalena”, como personaje, y en “Los Misterios del Candomblé”, como referencia de la trama; ya de una bella intriga de misterio, su novela con ribetes diplomáticos, escribí un prólogo.

II

Siguiendo viaje desde tierras amazónicas hacia el Cono Sur, pisé por primera vez Santiago de Chile. Llevé todo el tiempo en la memoria la célebre canción de Pablo Milanés, y al estar frente al Palacio de la Moneda, con la imagen digna de Salvador Allende en la mente también. Esa misma tarde, saliendo del metro, en un puesto de banqueta, escuché la historia espontánea del vendedor: —estuve aquí mismo el once de septiembre de 1973, a las once de la mañana; y vi pasar las tanquetas rumbo a la sede de gobierno, mientras aviones rasantes lo bombardeaban—.

Luego pasé por la Cripta de Bernardo ÓHiggins, en la sorprendente bóveda subterránea de su monumento fúnebre, rumbo al paseo Bulnes. Allí, desde una banca una señora me señaló huecos de balazos en los muros y me contó: —los milicos disparaban a las fachadas de los pisos; después quisieron tapar los hoyos, pero surgió un movimiento de vecinos que les impidió borrar las huellas de la infamia de Pinochet—. Pensé que esos detalles simbólicos se han vuelto testimonio de uno de los golpes de estado más cobardes que la ultraderecha latinoamericana ha ejecutado en nuestro continente.

Otra tarde santiagueña, con la cercana e imponente escenografía viva de los Andes, asistí a otra huella, ésta de una historia más reciente. En 2019, multitudes que protestaban como ríos fuera de madre, quemaron la que sería una de las parroquias más antigua de la capital chilena. “De la Vera Cruz” (1852). Allí se preservan una suerte de grafitis ominosos, diseñados por las llamaradas que incendiaron los muros, las vigas y los techos. Una trágica belleza envuelve ese lugar sagrado, espiritual, y cívico, manifestando la rabia popular. 

Tuve la suerte de encontrar, en ese otro recinto histórico, a su distinguido párroco, Osvaldo Fernández de Castro, quien dispone parte del espacio de su notable parroquia, para el montaje de exposiciones, conferencias y conciertos, organizados por la comunidad, bajo la batuta de la actriz y cantante Moca Castillo. Así, coincidí también en la presentación de un libro de Ariel Florencia sobre el gran artista Gordon Matta-Clark (bautizado allí, mientras que su gemelo lo fue en Veracruz, México). El gran arquitecto “desconstructor” y de brillantes propuestas conceptuales, fue hijo de uno de los más portentosos pintores latinoamericanos de todos los tiempos, Roberto Matta.

Edmundo Font, embajador mexicano de carrera, es poeta y pintor; durante 50 años sirvió en países de 4 continentes. Contaremos con su columna «Palabra de Embajador» cada semana aquí en Zona Zero en la sección de OPINIÓN.

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