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Por Edmundo Font

Imperativo moral, sería el impulso de denunciar el abandono de una obra artística considerada patrimonio de una ciudad. Desanimo, pesadumbre, frustración, se puede dar cuando se constata el deterioro de una huella artística urbana, que de perderse, sería ya irremplazable.

¿Exageración de un ciudadano, así se podría considerar a quien no quita el dedo del renglón? y lo hace con una advertencia, y una suerte de denuncia; con un alegato de lo triste que resulta que no se preserve un valor estético, religioso, arquitectónico. Entonces, ese sería mi caso. Me explico: hace años, cada vez que vuelvo a Tampico, tras mis encomiendas diplomáticas, observo con pena que el bello mural de la catedral del puerto se está cayendo a  pedazos, y no es una frase retórica.

Basta observar los detalles de las fotografías que ilustran ésta crónica, para constatar el estado lamentable de un hermoso mural dispuesto en el frontispicio de lo que es una de las tarjetas postales de Tampico, y su templo católico principal; nada menos que el predio central que remata la bella imagen de la plaza de armas. De allí que la incuria, y la profunda negligencia de las instancias que están involucradas en su conservación, alcancen ribetes de aflicción.

Se me dirá que el descuido se debe a la falta de recursos. Y es válida esa respuesta. Se discutirá sobre a cuales instancias o instituciones compete intervenir. Se querrán identificar responsables de vario calibre. Y todo ello tendrá efectos similares a la de no tomar cartas en el asunto. A “lavarse las manos”, nunca mejor dicho, y más en este caso que señalar¡ el descuido que sufre el templo católico más emblemático de nuestra ciudad. 

Al respecto, tengo una versión kafkiana. Además de insistir en la necesidad de rescatar el mural en cuestión en varias crónicas anteriores, tuve la fortuna de entusiasmar a un artista plástico admirable, Eduardo Nuñez, a que viajara al puerto y observara de cerca el daño sufrido, para ofrecer una opinión al respecto. Se trata de un pintor mexicano de prestigio, al que su larga experiencia de vida en Italia le familiarizó con técnicas diversas, incluida el trabajo con mosaicos venecianos. 

Resulta que una vez que conté con el valioso apoyo de las autoridades municipales, para montar andamios y tomar registros, sin intervenir la obra, algunos “duendes” chocarreros de la inacción porteña lograron detener el proceso de verificación, con toma de fotografías, insisto, que no de intervención directa. Los personeros que pararon nuestra iniciativa adujeron que era necesaria la intervención de restauradores oficiales. Y tienen razón. Pero de eso hace ya un año y no se ha detenido el deterioro del significativo friso. Cada día se pierde más el trazo y las imágenes.


II

El enésimo llamado A QUIENES CORRESPONDA, requiere también que sepamos quien fue Pepe Ruiz Diez, el autor del histórico mural. Se trató del mejor pintor del puerto, maestro de varias generaciones. A muchos jóvenes de mis épocas porteñas nos introdujo a la lectura y discusión de filósofos fundamentales, como Camus y Sartre, producto de su amplia cultura y formación en Europa —y resabio de sus truncos estudios para profesar como sacerdote—. Su generosidad fue mayúscula, pero sobretodo, su paciencia para escuchar sin pontificar. Al final de la jornada, en su estudio y taller de la colonia Cambell, recibía a los amigos con un caldero de frijoles negros con carne de puerco y chorizo. 

En su mural, Pepe Ruiz narra el acontecer iconográfico de nuestro puerto. En el centro de la composición coloca a un imponente cristo panteocrático, y aparece retratado un célebre obispo local, el señor Zimansky. El trasfondo de la escena pictórica incluye vegetación tropical, carabelas, pirámides y el bello edificio de la aduana, plasmando una afortunada síntesis histórica. La depurada técnica para la base es la de los mosaicos venecianos, mismos que en 56 años se han ido desprendiendo, debido a las inclemencias atmosféricas y a la falta de mantenimiento. 

Nuestro pintor se asemejaba a un Franciscano hirsuto; se autorretrató en el mural encarnando a Fray Andrés de Olmos. A mis 15 años, el  periódico más tradicional de entonces, “El Mundo”, me concedió una página completa para entrevistarlo. Ello derivó en que yo acabara participando de los trabajos técnicos del montaje y viera materializarse el mural que requerimos rescatar. De allí, que me permita también este S.O.S. lanzado a una sociedad civil (y a eventuales responsables directos) y más en corto, a quienes aman y respetan el sitial de ceremonias religiosas de trascendencia espiritual. 

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