Por Edmundo Font
Una llave abre y cierra, y encierra mundos o instancias de clausura. Esta seria una de las primeras impresiones surgidas ante una obra plástica mural que expone un mapa de Cuba, compuesto por cientos de llaves, escapes metálicos simbólicos a más no poder, fragmentados por la realidad de una emigración histórica. Eso es lo que deduje y desprendí, en un fin de noche de fiesta habanera.
Experimenté en Cuba una propuesta lúdica, manifestada primero a través de una impresión de azoro, y de silencios admirativos, que ya en el hotel traté de digerir — qué fea palabra— como el plato fuerte de un menú social, proveniente de la “cocina” de una revolución de conciencias movida a música de raíces africanas, rock, pop, y hasta el regatón que abomino, además de un cóctel, como de Mojito, pero con una intensa provocación de imágenes subversivas moralmente.
Si, asistí, gracias a mis nuevos amigos cubanos, la bella Rocío y el cálido franco-cubano Fabrice, a un recinto multimodal, con una propuesta que podría interpretarse como una soberana burla contra una moral encapsulada en la mojigatería y las “buenas conciencias”. Vi registros fotográficos de mujeres desnudas en habitaciones miserables, repetitivamente, o colgadas boca abajo en una reminiscencia de los cuerpos de Mussolini y de Claretta Petacci, justicieramente masacrados por una turba en la plaza mayor de Milán.
Claro que cumplió su cometido el desfile de pintura y de fotos descarnadas que me dejaron, en principio, sumido en un paréntesis crítico. Esa experiencia estética me puso a prueba. No me gustó mucho lo que vi. ¿Estaría imponiéndoseme la reflexión con una suerte de prejuicio, como respuesta a un arte conceptual, con cierta dimensión grotesca? En todo caso se trataba de un propósito autoral de “Épater le bourgeois ”, con bastante éxito.

Todo un desenfreno musical y visual lo,viví con la debida noción de la vitalidad de un pueblo que ha sufrido la violencia del bloqueo económico de los Estados Unidos (de modo existencial también), y que ha encontrado la clave para desplegar, con inéditas propuestas, una vanguardia artística que se manifiesta con extremismo creativo. No hubo entonces para donde hacerme, si no rumbo a la admiración y al elogio por la valentía en asumir lenguajes desafiantes.
Con varios años sin viajar a Cuba, me sorprendió encontrar en un mismo espacio varias galerías de arte, una sala de cine con programación de cintas clásicas y actuales, tres auditorios para eventos musicales con acondicionamiento de sonido y luces a la altura de cualquier centro nocturno del mundo; restaurantes populares instalados en un bello edificio con enorme chimenea, de arquitectura industrial, que funcionó como la fábrica de aceite, “El Cocinero”, en el barrio del Vedado.
El conocer ese centro cultural, con oferta rica en calidad artística, fue de dar envidia y admirar. La juventud habanera —y el turismo— acude a una cita para aprovechar una oferta de exposiciones y espectáculos renovada periódicamente; allí se convierte lo que sería un pasatiempo semanal, en un terreno propicio al contraste de ideas, al cuestionamiento de corrientes de pensamiento y de tendencias artísticas, como en otras capitales del mundo, y más allá de la dimensión ideológica del entorno socialista.

Nota: la pagina fabricadeartecubano.com sintetiza que FAC sería un gran laboratorio de creación interdisciplinario que expone lo mejor del arte contemporáneo cubano, con marcado acento social y comunitario.
Edmundo Font, embajador mexicano de carrera, es poeta y pintor; durante 50 años sirvió en países de 4 continentes. Tiene obra en colecciones de museos en Asia, España y Latinoamérica. Contaremos con su columna «Palabra de Embajador» cada semana aquí en Zona Zero en la sección de OPINIÓN.