Skip to main content

Por Edmundo Font

Vinicius baila, muchos años después, con Helò Pinheiro, la inspiración de la letra de la Chica de Ipanema, a quien vio pasar, mientras departía en el restaurante “Veloso” con Tom Jobim, autor de la música de esa “Garota de Ipanema” universal.

Un notable periodista del Diorama de la Cultura de Excélsior, Rodolfo Rojas Zea, cuando supo que me habían nombrado cónsul en Río de Janeiro me pidió que escribiera una crónica sobre el poeta y diplomático Vinicius de Moraes. Siempre he dicho que llegué tarde a Río, porque el autor de la letra de la “Garota de Ipanema”  había muerto el 9 de julio de 1980, seis meses antes de que yo desembarcara, viniendo de Egipto, en el aeropuerto que hoy lleva el nombre de uno de los más entrañables compositores y compinches suyos, Antonio Carlos Jobim.

Instalado en el hotel “Everest” de Ipanema —donde pasé semanas luminosas— comencé la pesquisa sobre el hombre que había escrito la letra de la Garota de ese barrio. Un nuevo amigo me puso en la pista del “blanco más negro de Brasil”, como le gustaba llamarse Vinicius a sí mismo y me acercó a lo que había sido su bar preferido. Una vez fracasado su proyecto de abrir un bar llamado “Cirrosis”, el poeta se había refugiado en el emblemático “Antonios”. Hablé entonces con su propietario, el gallego Manolo, quien me contó algunas anécdotas. 

Manolo abría el bar solo para sus amigos el día de la nochebuena y al filo de la 12 emprendía una ronda para regalar lechones a sus clientes preferidos. Durante una de esas jornadas Vinicius se demoró tanto que Manolo lo acompañó hasta su departamento, en la “Gavia”. Tocó el timbre de la puerta y comenzó a escuchar las voces destempladas de su mujer, acompañada por Nana Caymmi, quienes le arrojaban por el balcón ropa, libros y valijas del poeta. Esa fue una de sus más sonadas y tristes separaciones.

Las penas de amor son un combustible poderoso para echar a andar altos mecanismos de expresión poética. En la obra musical de Vinicius el desamor está presente también. Lo más notorio de esos “lamentos” es el delicioso ritmo que los acompaña. Vinicius fue un eterno enamorado. Con barriga de bebedor de cerveza y sus feos lentes de fondo de botella, conquistó bellezas prodigiosas. Era hombre que irradiaba una generalidad combinada con ternura. Carlos Drummond de Andrade llegó a decir que le hubiera gustado ser el autor de “Orfeo negro”, porque Vinicius era el único congénere suyo que había osado vivir bajo el signo de la pasión, de la poesía en estado natural. Y remata: ”… fue el único de nosotros que tuvo vida de poeta”. 

Como diplomático de carrera, vivió momentos históricos de post guerra durante cinco años, fungiendo como vicecónsul en Los Angeles. De ese período, conservo enmarcada una carta suya, mecanografiada y firmada. Es un texto escrito en un ajado papel verde desleído y contiene una referencia al presidente norteamericano que desempeñó mediocres papeles cinematográficos antes de ser tentado por la política de ultra derecha, Ronald Reagan.

Vinicius fue expulsado de la cancillería a través de un infame decreto de la dictadura de su país, el terrible Acto Institucional Número 5, que lo englobaba en la categoría de indeseables  “borrachos, homosexuales y vagabundos”. Pero ese acto vergonzoso contra un funcionario brillante y un artista e intelectual de gran relevancia, fue reparado de modo sorprendente e inédito en los anales de la diplomacia, muchos años después. El Presidente Lula lo promovió, de manera póstuma, al rango de Embajador. Una una justicia más poética que burocrática.

Vinicius es autor de una obra poética rigurosa. Su poesía y su prosa completa está publicada en un bello volumen de la editorial “Nova Aguilar”, encuadernada en cuero e impresa en hojas de papel biblia. Lo preciso esto para situarlo en la vertiente seria y formal que le ha sido reconocida. Esto, que regocija a académicos y estudiosos, no opaca el auténtico signo bohemio del compositor de algunas de las más bellas melodías latinoamericanas. Su voz, sin ser virtuosa,  interpreta sus canciones con un encanto único.

Las playas de Copacabana, Ipanema y Leblón concentran una de las mayores densidades de belleza femenina por kilómetro cuadrado. En Río de Janeiro, el aliento se le corta a uno al paso de esculturas andantes. Con cierta incorrección y humor, Vinicius llegó a escribir una “Receta de Mujer” en la que expone su ideal estético, con dejos irreverentes: “Las muy feas que me perdonen, pero la belleza es fundamental”.    

Sin embargo, poemas, como uno de muchos que traduje e incluí en mi libro bilingüe “Indistinta”, que le dediqué, nos depara con su honda dimensión poética y sensibilidad sensual:

SONETO DE LA FIDELIDAD 

Sí, de todo, mi amor, yo estaré atento 

antes, y con tal celo, y siempre, y tanto 

que aún enfrentándome al mayor encanto 

de él se encantará más mi pensamiento.

quiero vivirlo así en cada momento 

y por honrarlo, difundir mi canto 

reír mi risa y derramar mi llanto 

por su pesar o su contentamiento 

y así, cuando más tarde me procure 

tal vez la muerte, angustia de quién vive,

tal vez la soledad, fin de quien ama 

yo pueda decir de ese amor (que tuve):

que no lo sea inmortal puesto que es llama 

pero que sea infinito mientras dure.

Share via